Al entrar en la capilla, la primera mirada es hacia la imagen de Jesús de las Tres Caídas; aunque visualmente no se aprecia de manera inmediata, su ubicación elevada y central posibilita que el encuentro con la talla sea espontáneo. De ahí que la posición que se adopta en el interior es hacia el Señor. Es en este momento cuando se inicia la comunicación con Él. Para ello, el ambiente de la capilla es fundamental, cuya finalidad es lograr la espiritualidad necesaria.
Dentro de la capilla se percibe armonía, silencio, condiciones que nos preparan para el encuentro íntimo con el Señor. La posición que se adopta, la mirada hacia la imagen, completa el proceso para conseguir la comunicación buscada. El resultado obtenido es recogimiento, paz, reflexión, respeto.
La expresión del rostro del Señor transmite sensaciones muy diversas según sea el motivo de la visita. La serenidad de su mirada es capaz de hacer sentir que estamos en comunicación con Él. En silencio le hablamos, y el Señor nos responde. Le pedimos lo que sentimos que nos hace falta, y siempre logramos lo que verdaderamente necesitamos.
La devoción de todo un pueblo se manifiesta durante todos los días del año. La necesidad espiritual de la visita forma parte de los hábitos diarios de muchos de nosotros. Así, la celebración del Triduo en Su honor supone una fiesta a nivel local, aún sin serlo como tal.
Pero el verdadero momento de celebración se produce durante la Semana Santa. Es aquí cuando el Señor sale a la calle, en la madrugada y en la tarde del Viernes Santo: el Señor sale a nuestro encuentro. No se trata de un simple acto ornamental, es un simbolismo que va más allá. Todo un pueblo pone de manifiesto su fe y devoción al ver la imagen del Señor recorriendo sus calles, en un marco que acoge la emoción y satisfacción de cada uno de nosotros.
El sentimiento y la solemnidad con la que la Hermandad porta la talla es fiel reflejo de todo un año de preparación. El Señor se hace hombre, está en la calle, es uno de nosotros.
Él soporta el peso de la Cruz, pero también es cirineo de todas nuestras cruces, nos ayuda a llevarla y soportarla. Y esta sensación es la que cada uno experimenta en su interior al verlo.
Todos tenemos y sentimos la necesidad del Señor. Él atiende nuestras plegarias, sabe lo que corresponde en cada momento. A veces no somos capaces de comprender determinadas situaciones, pero su voluntad es nuestra verdadera necesidad. Y nuestra respuesta es regresar a Él, a darle gracias, a buscar consuelo, a buscar su protección.
Es el Señor quien canaliza nuestra oración hacia el Padre; es Él quien nos da la paz que necesitamos para sincerarnos con Dios. Dejémonos conmover con la expresión del dolor reflejado en su rostro ya que en él apreciaremos cómo se dibuja la dulzura, el sosiego y la paz. Sintamos cómo nos acoge, cómo consuela nuestra alma, cómo participa e nuestra alegría, cómo sufre con nuestro dolor.
Sean cuales sean nuestras creencias, si nos atrevemos a conocerle de verdad, conseguiremos todo lo que auténticamente es necesario en nuestras vidas.