El encuentro con la imagen de María Santísima de la Esperanza se produce nada más acceder a la capilla de la ermita. Si bien es la talla de Jesús de las Tres Caídas la que hace dirigir nuestra atención, a continuación es la belleza serena del rostro de la Virgen la que enfoca el interés.
Todo el proceso seguido para conseguir el recogimiento y predisposición ante el Señor tiene su continuación al ponernos en presencia de la imagen de la Virgen. De este modo se completa el ritual iniciado en el interior de la capilla. El olor a incienso y flores característico posibilita la atmósfera ideal de espiritualidad buscada.
La imagen de María Santísima de la Esperanza transmite la dulzura y la ternura de una madre. Ella nos dirige hacia el Señor, nos acerca la esperanza y nos da la certeza que nuestras plegarias serán escuchadas.
La cercanía física de la talla produce la sensación de protección, de consuelo. En su rostro se ve reflejado un sentimiento auténtico que nos reconforta y abre nuestro corazón de cara a Dios.
Con sus manos parece indicarnos el camino de la esperanza, camino que buscamos y deseamos en nuestra plegaria hacia ella.
Se trata de un sentimiento conjunto el que nos llena de emoción al estar en presencia del Señor y de la Virgen de la Esperanza, pues el sentido de nuestra Fe reside en los dos.
La Madre sigue al Hijo en su recorrido procesional en la tarde del Viernes Santo, invitándonos a la esperanza en nuestro peregrinar por la vida, mostrándonos el verdadero camino hacia el Señor.
En la celebración del Triduo en su honor se pone de manifiesto el fervor que todos sus hijos le profesamos, en un acto de acción de gracias por su intercesión ante el Señor.
Al ponernos en presencia de María Santísima de la Esperanza, al dirigir hacia ella nuestros ruegos y oraciones, sentimos como nuestra Madre del cielo nos acerca y dirige al encuentro con Dios.